Habla con precisión y firmeza. Apasionada con su tarea, Eva Giberti coordina el programa Las Víctimas contra las Violencias en el Ministerio de Justicia y se ilusiona con ampliar y perfeccionar la asistencia.

Es sicóloga, sicoanalista, asistente social y profesora universitaria. Por eso, cuando habla de sus inicios, en los que introdujo una revolución con sus notas sobre la “Escuela para padres”, con menos de 30 años y cara de nena, aclara: “en esa época yo tenía un solo título universitario”. Como si fuera poco. Pero para ella, lo es. Por eso sumó títulos y doctorados y fue distinguida recientemente con el diploma Konex como una de las 100 personalidades destacadas en Humanidades de la década 2006-16.

Referencia obligada en temas de adopción desde la década del 60, en los últimos años se dedicó a trabajar contra “las violencias”, como ella las define. Y fue puesta hace diez al frente del programa que hoy se lleva su pasión, el de “Las víctimas contra las violencias”: “título que me costó mucho introducir, porque todo el personal administrativo no entendía qué era esto de ‘contra las violencias’”.

-Sin embargo fue tomado como una verdadera política de Estado.

-Sí, empezó en 2006, y el hecho de que continúe, es una buena práctica, extraña en nuestro país. Creo que fue un programa exitoso, reconocido como tal. A pesar de haber cambiado la gestión que la inició, se instaló en la que sigue, y es algo que merece ser mencionado.


-¿Por qué tanto énfasis en el nombre del programa?

-Porque es fundamental. No queremos que se relacione con la asistencia a la víctima, porque cuando se plantea la asistencia nada más, se posiciona al que asiste por encima de la víctima.  Y esto genera una situación de desigualdad muy peligrosa. Por eso nosotros usamos la palabra “acompañar”. Tratamos de lograr que la víctima se dé cuenta de que tiene derechos para luego ponerla en condiciones de exigirle al Estado. Por eso es “contra”, es una preposición que implica oposición, lo contrario. El Estado no puede desentenderse. Explicar todo esto llevó tiempo. Tanto que el programa se creó en 2006 y recién en 2012 apareció con su verdadero nombre en el boletín oficial, porque nos describían como “Asistencia a las víctimas”.

Eva Giberti-¿Han cambiado las formas?

-Seguro. Hoy, el equipo móvil de violencia familiar es uno de los más activos. Se caracteriza porque, frente al llamado de la víctima, al número 137 (gratuito, las 24 horas del día, los 365 días del año), atiende un equipo de trabajadoras sociales y sicólogos, que escuchan a la víctima y de acuerdo a lo que narra, le preguntan a la víctima si quiere que le mandemos al equipo, que, además de la trabajadora social y la sicóloga, tiene un policía. El policía va para hacer el contacto inicial y cuidarnos. Baja del auto, golpea la puerta de la casa, pide permiso –no vamos a allanar-, y observa la situación, porque en la casa todavía puede estar el golpeador, algún familiar o amigo, o puede haber perros bravos. Todas cosas que fuimos viendo con la experiencia.

-¿Con qué se encuentran?

-Muchas veces lo que nos dice la persona que llamó es: “no, yo lo que quiero es que lo convenzan para que no me pegue, me quiera a mí y a mis hijos, pero no quiero hacer la denuncia”. Y si hiciéramos eso la dejaríamos en peligro. En ese tiempo se le explican sus derechos, cuál es el circuito de la violencia –por lo general, el agresor pide perdón y dice que no lo va hacer más- y por qué le conviene denunciar, que es fundamental. Después, acompañamos a las víctimas a hacer la denuncia a la oficina de violencia doméstica. Esperamos con ella que le sorteen el Juzgado y la acompañamos para que no tenga que ir con un papelito empiece a dar vueltas por Tribunales, perdida. Una vez que ha sido atendida, la llevamos a un lugar seguro. Inmediatamente después entra a funcionar el equipo de seguimiento. La contactan personalmente o por teléfono durante un mes.

“Somos un equipo de urgencia y emergencia. No podemos seguir meses y meses. Nosotros ingresamos en el momento de la violencia para sacarle a la víctima de las manos al golpeador”.

 

-¿El equipo móvil de violencia sexual funciona de la misma manera que el de violencia familiar?

-Parecido, pero la verdad es que no existe nada semejante en América latina o Estados Unidos. Cuando una persona es víctima de un ataque sexual en la calle, lo primero que hace es ir a la Policía. Pero la ésta no puede, de ninguna manera, tomarle una declaración. Antes  deben llamarnos a nosotros, tienen la orden de hacerlo. Cuando nos informan, mandamos a un equipo, también conformado por sicóloga y asistente social, y una vez que estamos con la víctima, recién ahí la policía puede tomarle la denuncia y ella declarar. Entre la policía y la víctima, estamos nosotros escuchando qué le pregunta, la protegemos de cualquier intromisión. Luego la llevamos al hospital –a veces, antes de declarar, si es una urgencia- y ahí comienza la segunda lucha.

-¿El trabajo en hospitales?Eva Giberti

-Sí. Hubo que hacer un gran trabajo para entrenar a los médicos y lograr que les dieran prioridad a las víctimas de ataques sexuales. Por ejemplo, antes, era muy difícil que la enfermera despertara al médico de guardia si llegaba una travesti. Hemos aprendido. La gente de los equipos ya no es tímida. Manejan la prudencia con un muy buen sentido. También logramos que se convierta en prioridad el llamado al médico legista, porque corresponde que la revisión la hagan juntos con el médico de guardia. Y ahora, gracias a una acción de la Corte Suprema, y fundamentalmente de Carmen Argibay, se dispuso que, ante una denuncia por violación, los médicos legistas dejan lo que están haciendo para dirigirse al hospital y hacer la revisión.

-¿Hasta dónde llega el acompañamiento con las víctimas de violencia sexual?

-Nos quedamos hasta que a la víctima se le proporciona el kit contra un posible embarazo y contra el VIH. Luego, la llevamos adonde ella quiere que la llevemos: su casa, o la casa de alguna amiga o un familiar. Después, el equipo de seguimiento la va llamando para ver cómo está y si está tomando los remedios que le indicaron, y volvemos a acompañarla cuando la llaman para declarar. Las denuncias también son al 137.

-Parecen complejos los mecanismos legales para cubrir acompañamiento, denuncias, juzgados…

-Sí, por eso es fundamental el trabajo de los tres abogados que están con nosotros. Siempre hay uno para aconsejarnos, para saber cómo accionar en las distintas etapas para no cometer errores y que se dilate una acción o directamente se caiga una denuncia porque no respetamos los pasos legales.

-Usted está librando una especie de batalla personal para reemplazar el uso de la frase “violencia de género” y empezar a hablar de “violencia contra la mujer”. ¿Cómo le está yendo?

-A veces no se sabe bien de qué se habla con “género”. Por eso doy el ejemplo de lo que es llevar a una travesti al hospital. El médico de guardia no sabe quién “la revisa, o lo revisa”, te dicen. Y primero hay que enseñarle que a la señora hay que tratarla según el nombre que ella pida. Después te dicen que no hay proctólogo en la guardia, que a un ginecólogo no pueden llamar… Bueno, tuvimos que advertirles a algunos médicos que los íbamos a denunciar al INADI si dejaban a las travestis esperando sin atenderlas.

-Pero en los medios se sigue hablando de “violencia de género”…

-Es que es un término que caló hondo, por lo de siempre. Se trata de algo instalado por un patriarcado perverso, que consigue instalar su poder siempre. Porque en realidad es violencia contra la mujer, evidente. Cuando se habla de “violencia de género” no queda a la vista que es violencia contra la mujer. Y así se evita sancionar al varón.