Con un grupo multidisciplinario atiende en la capilla a cien personas mayores de edad con problemas de adicciones. El trabajo, que muchas veces es sostén, también incluye ocuparse de otras demandas comunes.

En medio de la locura del tránsito de la zona portuaria de Buenos Aires y escoltado por filas de containers, a la altura del kilómetro 2 de la autopista Illia, y escondido bajo ella se erige la mítica parroquia Cristo Obrero. Fue fundada hace 40 años por el padre Carlos Mugica el 28 de diciembre de 1970. Su recuerdo se siente a cada paso.

En el primer piso, vive el padre Guillermo Torre junto a dos sacerdotes más que lo acompañan en la misión de los curas villeros que conviven hace 17 años en la Villa 31 del barrio porteño de Retiro.

Torre siempre quiso trabajar junto a los más Entrevista a Guillermo Torrehumildes. “Llegué en 1999 cuando el sacerdote Enrique Evangelista estaba trabajando solo en el barrio bajo el arzobispado de Jorge Bergoglio. Ya como seminarista tuve inquietudes de trabajar en villas de emergencia, y antes estuve en el Bajo Flores”.

Su trabajo pastoral, dijo, es en “clave de prevención”. Son 5 capillas dentro de los diferentes barrios que conforman la zona que tiene una población de 45 mil habitantes. El Hogar de Cristo es la acción que llevan a cabo los párrocos con la gente del barrio. Tiene un club donde se practican deportes, brinda talleres de apoyo escolar, hay un jardín de infantes al lado de la parroquia, y trabaja en la prevención de las adicciones con mayores de edad, desde jóvenes con problemas de paco hasta ancianos adictos al alcohol.

“Tratamos de ser formadores de líderes positivos entre jóvenes y adultos para que conformen a su barrio en un lugar sano para vivir”, aseguró Guillermo.

“Ellos mismos van a generar cosas buenas para su barrio, y acompañando a quienes están sufriendo las adicciones”, agregó el padre quien eligió vivir entre la comunidad porque de esta manera “tenemos una mirada diferente y completa de la realidad para comprender cuál es la necesidad y tratar de cubrir esa falta en todos los aspectos de la vida, sea en el plano social, religioso o humano”.

Entrevista a Guillermo TorreEl hogar también brinda comida, higiene y asistencia al vecino que lo solicite porque es de puertas abiertas. “Quiero estar con ellos a la hora de la luz”, es la frase que ilustra la puerta de ingreso a la capilla modestamente acomodada y confortable que todos los días a las 14 oficia su celebración religiosa.

“La droga es una consecuencia de la exclusión y de la falta de oportunidades. Cuando llegué acá estaba empezando el flagelo que hoy atraviesa a toda la sociedad”, explicó el padre, ilusionado con el progreso y esperanzado por el futuro.

Torre señaló que es necesaria una “política inclusiva” en todos los aspectos de la vida de una persona. “No ponemos el foco en el consumo sino en acompañar la vida, en su entorno y en todo lo que necesita. Hay un grupo de psicólogos, psiquiatras, médicos, abogados, asistentes sociales, y vecinos que fueron recuperados que trabajan en conjunto con los adictos y así se va conformando una familia”, explicó.Entrevista a Guillermo Torre

Según su visión, las adicciones en la villa tienen también que ver con un prejuicio de la sociedad. “Durante muchos años hubo abandono, hay que romper prejuicios personales de cada uno de nosotros como sociedad. Creo que hay una injusticia social muy grande y somos una sociedad inmadura en este sentido. No hay que quedarse con el efecto sino con la causa para que los que vienen atrás no caigan en las drogas y tengan oportunidades”, aseveró con tono pausado pero firme.

“Es muy fácil decir ‘robó, metelo preso y déjenlo a morir en la cárcel’. Hay una historia de vida detrás en la cual una persona nunca tuvo oportunidad de nada. Así es muy fácil juzgar mirando la última página del libro, sino que hay que ver la primera”, explicó casi enojado el cura que nunca menciona la palabra droga como queriendo olvidarla. Aunque la ve día a día.

-¿Este prejuicio tiene que ver con la discriminación?

-Para que un barrio obrero como los nuestros se integren a la Ciudad hay que romper un montón de barreras que tienen que ver con los prejuicios discriminatorios, no sólo una cuestión edilicia. Que los chicos puedan tener todos vacantes para la escuela, que no tengan que mentir con el domicilio para conseguir un trabajo porque no lo llaman nunca más, o que puedan acceder a espacios como clubes o escuelas para cultivar los valores positivos es clave porque allí se pueden prevenir todos los males.

El cerco anti vandálico con base de hormigón y 2 metros de altura que divide la ruta de la villa tiene asidero con el razonamiento del padre Guillermo. Hasta los vecinos decidieron poner un cartel pegado en el alambrado que dice “Parroquia Cristo Obrero” como queriendo visualizar que ellos están ahí abajo.

Barranca abajo o por escalera algunos jóvenes salen y entran para trabajar, estudiar, o sólo para divertirse. La cancha de futbol y la de básquet, al mismo tiempo, son el preludio de la entrada y la salida del barrio por la parroquia con los murales del Papa y Mugica, dos exponentes que guían a los sacerdotes a trabajar con la comunidad para mejorar el barrio, caminar con ellos y acompañarlos. “Uno sentía que el lugar de uno tenía que ser acá”, soñó y se cumplió.