Valeria Taraborrelli, ONG La sartén por el mango

Con el enfoque puesto en una nutrición natural, una ONG lanusense da de comer a una treintena de niños y niñas. Además, contribuye en su desarrollo a través de talleres expresivos y un particular código de “disciplina”.



Con el enfoque puesto en una nutrición natural, una ONG lanusense da de comer a una treintena de niños y niñas. Además, contribuye en su desarrollo a través de talleres expresivos y un particular código de “disciplina”.

En Monte Chingolo, en el partido bonaerense de Lanús, al menos una treintena de niños y niñas asiste a los talleres y comedor gratuitos que ofrece una ONG fundada con un concepto distinto: ofrecer una alimentación que sea saludable, complementada con una propuesta educativa. Sus creadores la bautizaron La sartén por el mango, condensando en una frase mucho de su realidad: Quien tiene el utensilio en sus manos es quien tiene el poder, y en ese espacio comunitario del corazón de ‘Chingolo’, es la “comunidad” la que decide el rumbo.

Fundación 'La Sartén Por El Mango' en Monte Chingolo. Benjamín Whitaker y Valeria TaraborrelliStephanie Bridger
Benjamín Whitaker y Valeria Taraborrelli

Desde el 9 de diciembre de 2013, la institución montada por la quilmeña Valeria Taraborrelli y el australiano Benjamín Whitaker, ofrece talleres diarios con la misión de gestar un modo de vida que combine la alimentación orgánica y variada, con el aprendizaje de una disciplina artística y juegos, más algunos saberes prácticos escogidos por sus propios beneficiarios y beneficiarias, los chicos de entre 6 y 12 años que viven en esa barriada del conurbano.

Ni uno o dos, casi todos y todas saludan a profesores -e invitados- con un beso, sin que nadie tenga que reclamarlo. Ser cortés es parte de un código de “disciplina” acordado con los ‘profes’: Pedir la palabra con un gesto, no hablar sobre el otro y a los gritos, saludar al llegar y al salir, lavarse las manos y formar fila para entrar al comedor, ocupar cada uno el mismo lugar en la mesa, cepillarse los dientes tras el almuerzo, pedir algo cuando se quiere.

“El aprendizaje, así, es un intercambio. Para que todos puedan tener un lugar, la base tiene que ser el respeto, y para que la palabra valga, nos tenemos que escuchar. Entonces, si me quiero expresar, levanto la mano. La disciplina, en esos términos, nos funcionó muy bien”, aclaró Taraborrelli.

“Los chicos vienen con mucha vergüenza, y cuando empiezan a interactuar, a partir de la comunicación y la expresión, vemos mucho cambios”, agregó Whitaker, en el mismo sentido. El oceánico es docente de nivel primario pero, a la vez, crítico con los sistemas educativos formales de buena parte del globo. Junto a su compañera, pregona un desarrollo más ligado a la expresión y a creatividad que a la evaluación de resultados.

“Los chicos vienen con mucha vergüenza, y cuando empiezan a interactuar, a partir de la comunicación y la expresión, vemos mucho cambios”

La libertad no está disociada del hacer: Cada tarde, un taller distinto tiene abocados a sus participantes en una tarea que “cree valor social y humano”, enfatizó Valeria. Para promover que todos activen, son organizados en tres comunidades -agrupados por características comunes- que van “sumando puntos” a medida que cumplimentan tareas. Al final del mes, el que se alzó con la mayor puntuación se arroga el poder de escoger la disciplina de un taller que se creará ad hoc.

De la tierra a la mesa

El otro pilar de la propuesta es la alimentación. Ligados ambos a la gastronomía (Benjamín es dueño de un bar en Melbourne -convertido hace dos años en “empresa social” para poder dotar de fondos a La sartén por el mango-, mientras que Valeria es profeta del consumo de productos orgánicos), su propuesta se basa en reducir la ingesta de alimentos grasos y procesados sin sacrificar el sabor.

“Al principio volaban los platos porque no estaban acostumbrados a esta forma de alimentarse, se asustaban”, confió el emprendedor.

“Tuvimos que articular lo que les gusta con lo que nos aconsejaron las nutricionistas: Como les encanta la carne, pensamos en un pastel con algo de carne pero también porotos negros, muchos vegetales, papas y queso”, ejemplificó Whitaker.

Para ayudar a los ‘profes’ a explicar el proceso “desde la siembra hasta el producto que vamos a ingerir” se armó un taller de huerta que si bien aún no provee insumos para las dos mamás cocineras que ayudan en cada almuerzo, en un futuro podrían ser un aporte a la alimentación diaria.